En pleno siglo XXI, con el boom de las nuevas tecnologías, de la interconectividad y las redes sociales, limitar la participación de los ciudadanos en la cosa pública a votar cada cuatro años no se justifica ya en modo ni forma alguna.
Exclusivamente quienes quieran mantener o adquirir estatus, poder, y/o derechos sobre huertos, alfombras, secretarias o coches oficiales pueden afirmar que sólo ese modo de participación es posible, pero sin creérselo. Y si se lo creen, mejor que no nos gobiernen.
Qué debe hacer un gobierno y regular una cámara de representantes durante un periodo legislativo lo pueden decidir perfectamente los ciudadanos pronunciándose sobre un listado elaborado al efecto por el gobierno o el parlamento salientes. Y en qué sentido deben hacerlo. Y qué línea de actuación debe informar su reacción ante cualquier tema novedoso o no decidido. Y esa relación se puede actualizar cada uno o dos años, o con la periodicidad e inmediatez que se requiera.
Nos evitaríamos así el injustificable gasto, no sólo económico o material, de preparar tantas campañas como partidos para esgrimir todo tipo de programas y promesas electorales. Y ahorranos así el insoportable desgaste, desencanto y bochorno que conllevan las promesas y programas incumplidos, sea por falta de voluntad, por el juego de mayorías y apoyos para la gobernabilidad y las votaciones, o por imposición de los mercados.
El programa decidido por los ciudadanos, los legisladores a desarrollarlo y los gobernantes a ejecutarlo, ambos conforme a las pautas marcadas libremente por los ciudadanos. Y si no lo saben, no pueden o no quieren hacer, a dimitir o a ser cesados de forma fulminante por los ciudadanos.
Y los ciudadanos llamados a emitir su voto y opinión electrónicamente, cuantas veces sea necesario, con todas las garantías y seguridad que ofrecen ya las nuevas tecnologías, desde casa o en centros habilitados al efecto para quienes carezcan de conocimiento y/o medios para emitir su voto electrónicamente.
Sin necesidad del despliegue de personal y de medios que se emplean en las campañas electorales hoy al uso, como se viene haciendo desde hace ya cientos de años, como si nada hubiese cambiado, como si nada pudiera cambiarse y como si todo debiera seguir siempre igual.
Hay otro modo de hacer política.
Hoy ya es posible otro modelo de democracia.